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El nacimiento de la radio en España (1900-1923) (I / II)

Introducción. La fábrica de los sueños

Para la confección de este texto se ha optado por realizar un trabajo en paralelo de la historia social, económica y política española y el devenir de su radio. El presente trabajo intenta abordar, de esta manera, una doble visión histórica: por un lado, confeccionar el marco contextual más idóneo posible para entender el momento histórico que se analiza (1900-1923) y, por otro, mostrar al profano un pequeño mundo de aventuras radiofónicas.

Puede afirmase, como primer dato introductorio, que todos los inicios radiofónicos fueron bastante similares en cualquiera de los países que se analice por el descontrol oficial de unos gobiernos que estuvieron más pendientes de las crisis económicas pre y post bélicas que de desarrollar experimentos técnicos que se convirtieran en uno de los medios de comunicación más importantes de la historia de la humanidad: la radio.

En el caso concreto español, a pesar de que las primeras emisiones radiofónicas con carácter regular arrancaron en la difícil etapa de transición de 1923 entre la monarquía de Alfonso XIII y la dictadura de Primo de Rivera, fue bajo el reinado del monarca cuando se aprobaron las primeras leyes reguladoras y sucedieron “(...) los primeros ensayos radiofónicos, a partir de las primeras experiencias telefónicas y radiotelegráficas, que convirtieron en realidad un sueño mágico: la transmisión sin hilos del sonido de la voz a largas distancias y a un público heterogéneo” (Balsebre, 2001: 13).

1. Panorama social en la España de 1900 a 1923. El Status Quo de la oligarquía española y el fracaso de la revolución industrial.

La España de comienzos del siglo XX se caracteriza por el subdesarrollo de su estructura social. Prueba de lo indicado es que en 46 de las 50 provincias españolas el porcentaje de la población activa dedicada a la agricultura es superior a la mitad, las cifras de analfabetismo se acercan al 60% y la proporción de kilómetros de vías férreas en relación con la extensión es inferior a la de Grecia, por ejemplo. España, por tanto, se asemeja más a un país balcánico que a un referente occidental.

La realidad social de los primeros lustros ofrece un crecimiento considerable de trabajadores de la industria y de los servicios, lo que se traduce en un aumento significativo del porcentaje de población asalariada (Tuñón de Lara, 1980) y es justamente dentro del sector industrial donde, como en la mayoría de países industrializados, encajará el incipiente movimiento obrero de la época. Una masa obrera que es, sin duda, uno de los fenómenos indispensables para entender el clima social no sólo español sino internacional de un colectivo atrincherado tras los parapetos industriales que logrará la fuerza suficiente para expandirse y crear situaciones de presión social.

“(...) el llamado movimiento obrero (...) comenzado en el siglo XIX por los asalariados vinculados a la industria, se extiende después a los de otros sectores, por lo que más exactamente es movimiento de trabajadores o laboral. Iniciado en España hacia 1840, va perfilándose cada vez más, organizándose a escala nacional -desde 1869-, expresando sucesivas tomas de conciencia; de la problemática de oficio se pasa a las opciones de clase en orden económico y, al fin, a opciones globales. Surgen entonces los partidos obreros que si bien están dentro del movimiento obrero se asemejan en sentido formal —no en el contenido— a los restantes partidos” (Tuñón de Lara, 1980: 38).

España afronta los inicios del siglo inmersa en un clima de lento crecimiento demográfico, amén de un galopante estancamiento económico como se apreciará en el siguiente epígrafe. La sociedad española, predominantemente rural y compuesta por más de cuatro millones de individuos, arrastra durante toda la época (1900-1923) el estigma de ser uno de los países más arcaicos del mundo occidental. Este contexto de retrasos en todos los ámbitos de funcionamiento abocará al país a un estadio de divisiones y desigualdades que en muchos casos se reflejará en violentas revueltas sociales producto, sobre todo, de la inestabilidad política.

“Si bien en estas condiciones no puede formarse una burguesía de negocios tan poderosa como para controlar la economía y la política, como en Francia o en Gran Bretaña, sería inexacto considerar la sociedad española como si se mantuviera al margen de la sociedad europea. Es una sociedad dominada y dependiente del capitalismo francés, inglés o germánico, pero también experimenta enfrentamientos cuya violencia puede sorprender en un país en el estadio preindustrial” (Témime, Broker y Chastagnaret, 1995: 184).

La industrialización, que se había convertido en una de las variables determinantes de los países occidentales de la época, se desarrolla en España a un ritmo excesivamente pausado, se localiza sobre todo, en Cataluña y en la parte noreste de la cornisa cantábrica; y, se encuentra gobernada por empresas extranjeras.

El movimiento obrero español, elemento central de cualquier análisis social que se haga de la España de comienzos de siglo, se muestra dividido entre los pro-socialistas y los pro-anarquistas. Mientras los primeros fijan su rumbo hacia escenarios más participativos, los sectores más desfavorecidos se agrupan en torno a la CNT —Confederación Nacional del Trabajo— para contrarrestar las desigualdades sociales mediante la lucha, en muchos casos, directa, al rechazan el parlamentarismo ficticio que, a su juicio, se está produciendo en España.

A finales del segundo decenio del siglo XX, y a las puertas del régimen de Primo de Rivera, España comienza a cambiar su sino de país subdesarrollado. Zonas como Bizkaia, Barcelona y Madrid experimentan un crecimiento demográfico relevante gracias a la industrialización y expansión del sector servicios. La masa obrera, compuesta en gran medida por inmigrantes del sector agro, adquiere relevancia dentro de la estructura social además de ver elevados sus índices de alfabetización a casi un 60% lo que, sin duda, representa un signo de modernización del país.

2. Panorama económico en la España de 1900 a 1923. La crisis económica y la neutralidad en la I Guerra Mundial

El primer decenio del siglo XX muestra una España bloqueada por la derrota colonial. La crisis del 98 supone una incertidumbre respecto al futuro inmediato y un duro revés para la estructura económica nacional asentada, en parte, sobre los cimientos del capital de ultramar.

Como medida de choque, España aplica una espiral proteccionista que durante los primeros años favorece la producción interna de carbón, el desarrollo siderometalúrgico y la explotación de la energía eléctrica amparada, esta última, en grupos financieros. La evolución energético-industrial esboza la cara positiva, mientras que el estancamiento, sobre todo, de la producción agraria muestra el lado negativo de esa falsa moneda llamada España. Esta etapa económica refleja, en definitiva, una lenta transición de la estructura tradicional a las necesidades de apertura que imponen las nuevas técnicas y capitales que tratan de compensar en la península las pérdidas de beneficios de las colonias y sus mercados.

Como indica Tamames (1993) el proteccionismo será un proceso largo y costoso que abarcará el primer cuarto de siglo.

“La política directa de fomento de la industria se inició con la Ley de 14 de febrero de 1907, en virtud de la cual en lo sucesivo, en los contratos por cuenta del Estado, sólo habían de admitirse artículos de producción nacional. La Comisión Protectora de la Producción Nacional, creada por la citada ley, colaboró ulteriormente en la preparación de una serie de nuevas leyes proteccionistas: la de 14 de julio de 1909, dictada por el fomento de las comunicaciones marítimas y de las industrias navales; la de 2 de marzo de 1917, de protección a las industrias nuevas y desarrollo de las ya existentes; la de 22 de julio de 1918, de ordenamiento y nacionalización de industrias, y la de 22 de abril de 1922, de autorizaciones arancelarias. Al crearse en 1925 el Consejo de Economía Nacional, la Comisión fue absorbida por la Sección de Defensa de la Producción del nuevo órgano consultivo” (Tamames, 1993: 174).

Mientras la I Guerra Mundial convulsiona a toda Europa y parte del mundo, también supone, para algunas zonas no beligerantes –neutrales- como España, un punto de inflexión socio-económico a nivel nacional. No obstante, el beneficio no será tan socializado como cabría esperar, ya que la inflación subirá de manera desmesurada al buscar los empresarios sus pingües nichos de beneficio en los mercados europeos víctimas de una situación bélica, mientras la sociedad española verá con acritud como los únicos réditos económicos propios de la neutralidad los recogerán estos empresarios y negociantes sin escrúpulos1.

3. Panorama político en la España de 1900 a 1923. Inestabilidad política, caciquismo y revuelta social. Crónica de una dictadura anunciada

La crisis económica tiene, como es de suponer, una correspondencia política cargada de inestabilidades. El oasis comercial producto de la neutralidad bélica es a todas luces insuficiente para maquillar la desfavorable marcha del ejército español en tierras marroquíes —Guerra del Rif— y el consiguiente malestar social arrastrado desde finales del siglo XIX con la pérdida de las últimas colonias —Desastre del 98—.

Los primeros dos decenios del siglo XX son de gran agitación por la inestabilidad política fruto del deficiente sistema de turnos políticos y del desarrollo socio-económico pausado. La masa social, agrupada en torno a los sindicatos UGT y CNT, precursores de los futuros partidos de izquierdas —PSOE y PCE— muestra su desenfado por medio de un sin fin de huelgas generales y protestas cada vez más violentas. En este sentido, las huelgas generales y la popularidad que progresivamente cosechan los movimientos obreros son la suma de tres fenómenos perfectamente identificables: el citado malestar que provocan las actitudes de los gobiernos de turno; la opacidad en cuanto a la repercusión social de las ganancias de la situación bélica de la I Guerra Mundial; y, en menor medida, la trascendencia mundial de la Revolución Rusa.

El desastre de Annual -Marruecos- del 22 de julio de 1921 da la última estocada a una clase gobernante que se mueve a tientas entre la represión social y la completa pérdida del horizonte. Las divergencias entre la clase política y el ejército se harán insalvables y los unos culparán a los otros de la última gran pérdida de prestigio militar. En un intento por restablecer el orden a cualquier precio, el empresariado catalán presiona al gobierno para que el ejército asuma el control social y político del país (Témime, Broker y Chastagnaret: 1995). Así, en septiembre de 1923, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, se pronuncia e instala un directorio militar con el beneplácito de Alfonso XIII dando comienzo a la dictadura –directorio militar, primero y civil después- de 1923 a 1930.

4. Antecedentes de la radiodifusión española. La familia Dalmau

Los prolegómenos de la radio en España comienzan con la primera comunicación telefónica que se produce en Barcelona en diciembre de 1877 y que da el pistoletazo de salida a la frenética aventura de difundir la palabra a distancia. No obstante, hasta la invención de la válvula de triodo de Lee de Forest (1906), la única forma de transmisión de la palabra a distancia se realizará a través de un cable o hilo de cobre y se limitará a una distancia limitada entre dos puntos.

“A partir del invento de la válvula amplificadora de Lee de Forest, los primeros experimentos de la llamada <<telegrafía sin hilos (TSH)>> o <<radiotelefonía>>, como así se llamó en un principio a la radiodifusión, no tardarían mucho en llegar a España. El buen nivel de relaciones que mantenían los ingenieros y científicos españoles con sus colegas del resto de Europa y Estados Unidos en esta etapa anterior a 1923 es suficientemente significativo para informarnos de que el nivel de calidad del trabajo de los inventores de la radio en España no estaba nada alejado del registrado en los países más avanzados. Ingenieros como Matías Balsera, Antonio Castilla, José Mª Guillén-García, Ricardo Urgoiti, los hermanos Carlos, Adolfo y Jorge de la Riva, todos ellos pioneros de la radio en España, mediante correspondencia con sus colegas extranjeros o mediante ampliación de estudios en universidades extranjeras, supieron dotar a la radio de los años 20 de un cuerpo científico de calidad, en la misma medida del que pudiera disfrutarse en Francia, Gran Bretaña o estados Unidos” (Balsebre, 2001: 16-17).

Los industriales españoles se convierten, junto a los inventores y los ingenieros, en el tercer eje del desarrollo técnico de esta etapa pre-radiofónica. En este sentido, es de justicia dedicar unas líneas a Francisco Dalmau Faura como una de las referencias indispensables por el afanado trabajo de impulsar la radio en España.

Grosso Modo, la familia Dalmau es la fundadora de la empresa promotora de las primeras instalaciones eléctricas y telefónicas en España amén de realizar la primera prueba de luz eléctrica el 13 de mayo de 1875 en Barcelona capital. Además de esta impronta histórica, los Talleres Dalmau obtienen la primera licencia de importación de los teléfonos Bell (1877), llevan a cabo las primeras pruebas de conversación telefónica (mismo año), traen a España los primeros fonógrafos (1878), e, instalan la primera red telefónica en el país (Barcelona, 1884). Como queda demostrado la familia Dalmau es por su aportación empresarial, pero sobre todo, técnica uno de los vértices sobre los que se asienta el preámbulo de la radio en el país.

Bibliografía

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1Como indica Tamames (1993) la producción nacional apenas creció aunque sí los beneficios (450% de aumento en el precio del carbón, 543% en los productos siderometalúrgicos o los beneficios navieros que fueron todavía mayores a pesar del riesgo que suponía el torpedeamiento de barcos).

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